¿Cómo crear un espacio de contención emocional en el aula?
Una de las "herramientas" que siempre recomiendo a docentes, que quieren implementar la inteligencia emocional en su aula, es la creación de un espacio seguro donde sus estudiantes puedan compartir cómo se sienten, perfilar objetivos individuales y comunes para la jornada y exponer cualquier conflicto que esté latente en el grupo.
Es algo que probé en mis clases con chavales de secundaria y que terminé implementando en todas mis sesiones. Ahora que trabajo con jóvenes y profesionales, sigo haciéndolo sin importarme el contexto; No empiezo a facilitar una formación sin haber escuchado el estado emocional del grupo con el que voy a trabajar.
Pero, ¿qué es un espacio de contención emocional?
Se trata de un ambiente protegido donde canalizar saludablemente las emociones de cada individuo y las colectivas del sistema. La palabra contención, en este caso, no se refiere a reprimir, si no a dar cabida. Es decir, es un espacio que reconoce y contiene esa emocionalidad sin juicios y donde se pretende ofrecer a las personas la oportunidad de liberar y compartir.
Si voy a facilitar un curso en una empresa, la manera de generar ese espacio y la envergadura del mismo dependerá de lo que vaya a impartir. No saco los kleenex del bolso y pongo a la gente en un compromiso frente a sus compañeros. Pero sí me aseguro de que todo el mundo se pregunte a sí mismo cómo se encuentra y cuáles son sus sensaciones así como sus expectativas hacia el curso. Puede ser mediante una ronda voluntaria, una pequeño ejercicio de Mindfulness o a través de un divertido juego de rompehielos. Una vez resulto esto, estamos listos para trabajar.
Si miro hacia las aulas de infantil y primaria, recuerdo las maravillosas asambleas, todos sentados en círculo compartiendo y decidiendo "el orden del día".
Pero al llegar a E.S.O., en la mayoría de los centros, no queda resto de esos momentos. Nuestros/as alumnos/as quedan de repente privados de esa oportunidad de compartir su malestar, sus inquietudes o sus alegrías y les forzamos a dejar todo lo que rodea su mundo personal a un lado para "centrarse en la materia". Es paradójico que, siendo la adolescencia una edad dónde el acompañamiento emocional es esencial para el desarrollo de nuestros jóvenes, construyamos espacios donde prevalece lo académico por encima de lo humanístico. Ignorando los descubrimientos de la Neurociencia que nos recuerdan continuamente que sin emoción en la amígdala no hay atención en el tálamo y que sin esta, la motivación se desvanece...¿qué mejor forma de facilitar aprendizaje que empezar el día facilitando la expresión y comprensión de emociones?
Entonces, ¿para qué sirve un espacio de contención emocional?
Integrando esta rutina en el día a día:
- Favorecemos a creación de un círculo de confianza entre iguales que promoverá la aparición de sinergias y colaboraciones entre ellos.
- Escuchándoles podemos comprender qué necesidad intenta satisfacer el/la alumno/a detrás de un comportamiento (recuerda: la llamada de atención puede ser un grito de socorro).
- Podemos detectar posibles conductas autolesivas o indicios de depresión etc. y pedir ayuda para una posible intervención.
- Proporcionamos sensación de seguridad, de sentirse comprendido, atendido, visto...alimentando así el vínculo entre docente y alumnado.
- Genera la inestimable sensación de pertenencia al grupo y, por tanto, alimenta su autoestima.
- Disminuye la tensión y la ansiedad facilitando la atención.
Una vez finalizada la ronda y hecha la transición será más fácil enfocarles hacia los objetivos académicos del día. Descubrir con ellos/as qué van a aprender y definir cómo lo van a hacer.
¿Cómo crear ese espacio?
Antes de implantar la herramienta debemos transmitirla al grupo y dedicar al menos una hora para definir cómo será nuestro espacio. El rol del/la docente, será la de facilitador/a y, si fuera necesario, mediador. Es importante que se perciba como un espacio de todos donde la figura de autoridad sigue siendo el/la docente.
Lo primero que aconsejo hacer es explicar de la manera más sencilla de qué se trata (contar cómo venimos a clase-emocionalmente- y qué esperamos del día).
A continuación, ellos/as deben elaborar una lista de reglas que van a definir la conducta del grupo así como las consecuencias ante el incumplimiento (a los grupos les da seguridad comprobar que se cumplen los límites porque esto transmite la sensación de una estructura sólida que los sustenta).
Cada grupo genera su espacio en respuesta a sus necesidades y a las características del grupo y del centro, pero algo tan sencillo como recuperar la idea de asamblea destinando los diez primeros minutos de la primera clase del día a una "ronda" de cómo venimos a clase y permitir que se expresen es un buen punto de partida. El/la docente será la persona encargada de iniciar la ronda. Mostrando así un modelo, abriéndose al grupo y normalizando la dinámica.
Ya, muy ideal, pero ¿de dónde saco tiempo?
Hay docentes, que, sin haberlo probado, piensan que esto resta tiempo al currículo o que se "alborotarán" más de la cuenta si empiezan a compartir cosas personales. Solo puedo decir que, como todo en la vida, esto es un proceso y que según mi experiencia, al cuarto o quinto día han interiorizado la dinámica y una vez "han soltado" lo que traían de casa, pueden concentrarse mejor haciendo que los 35 o 40 minutos restantes sean infinitamente más efectivos.
Lo que se comparte en estos espacios son verdaderos tesoros. He tenido la fortuna de ver a adolescentes soltar verdaderos lastres, a peques de primaria contar por primera vez las "cosas" que pasaban en casa y a adultos con los ojos llenos de lágrimas al tomar conciencia de necesidades no escuchadas.
Cuando volvamos a las aulas, estoy segura de que todos/as haremos espacio para volcar lo vivido en estos meses. Y será precioso reconocernos y hacerle un hueco a la vulnerabilidad que ahora tanto nos está acompañando.
Abrazos
Sonia Callejas Martín